martes, 21 de febrero de 2012

PADROTE

Mi madre prácticamente me corrió de casa aquella mañana. Aún con los ojos chinguiñosos y una terrible resequedad en la boca, como si tuviese un trapo metido en la garganta; me metí a la regadera con la ligera esperanza de que así disminuyera el lacerante dolor de cabeza que en esos momentos me torturaba. Estaba pagando con altos intereses la noche de excesos de adoración al dios Baco.
Mientras bebía ávidamente el café caliente que mi madre había dejado sobre el buró, mi mente repasaba una y otra vez, insistentemente el conocido dicho a cual recurríamos todos los borrachos: aaayyy diosito lindo, si en la borrachera te ofendí… en la cruda ¡me sales debiendo!
Quise todavía apelar al cariño de mi jefecita, poniéndole ojitos de borreguito a medio morir; para que así, hablara a la oficina y me reportase enfermo. Esperanza inútil, la patrona me miró con ojos que si hubiesen sido pistolas, prácticamente habría caído ahí muerto, como fulminado por un rayo.
Hice de tripas corazón y salí a la calle, todavía hice el último intento, esta vez con una carita de perrito atropellado, mis reflejos me dieron todavía para esquivar la taza que salió volando directamente a mi cabeza Creo que mi jefa erró la profesión debió ser pitcher de algún equipo gringo de béisbol ¡ que puntería chingáo!
Tiré asqueado el cigarrillo que había encendido minutos antes y abordé el microbús que me dejaba cerca de la oficina. Para colmo de mi mala suerte el tráfico estaba imposible. Cada bocinazo de los conductores impacientes por llegar a tiempo a sus trabajos parecían trompetas infernales dentro de mi cabeza. Chequé mi reloj, ya eran las diez de la mañana, imposible presentarme a esas horas en la oficina . O sería tal vez el diablo que me apoyaba en mi vida desenfrenada. No lo dudé ni un segundo; pedí la parada al conductor cuando mis ojos descubrieron el oasis para la sed que martirizaba mi boca. El letrero en la marquesina decía: Cantina La oficina ; a fin de cuentas mi jefa me había mandado ahí… a la oficina ¿Qué no? Yo solo cumplía a cabalidad la órden de mi sacrosanta jefecita.
Una vez frente a las puertas abatibles del bebedero, metí mano en mi bolsillo, encontrando solo lo justo para un par de cervezas. Tal vez si le hacía la barba al Enrique – el mesero- lograra que me fiara por lo menos otras tres y solo así lograría la ansiada redención a la noche anterior.
De improviso sentí mi cabeza estallar al registrar mis oídos una alharaca, como de un aquelarre de urracas. Se trataba de un cuarteto de damas entradas en años ya, que convivían en el solitario lugar. En esos momentos era mas urgente mi necesidad de paliar el malestar de la resaca, independientemente de que guardaba esperanzas de que Enrique me hiciera el paro prestándome las chelas que mi organismo necesitaba. Así que me concentré en espera de hacer oídos sordos a tan estridente muestra de júbilo de las damitas en cuestión.
Con tímida sonrisa le pedí al quique que dispara el primer obús que minimizaría un poco los estragos de mi cuerpo. Regresó instantes después y colocó ante mí una botella oscura conteniendo el líquido tan ansiado: una negra modelo bien frígida y un platito conteniendo limones y sal. No pude evitar satisfacer mi curiosidad y le cuestioné que si no era aún muy temprano para que tan venerables damas anduviesen ya pegándole al vidrio. Con pícara sonrisa me hizo saber que andaban de farra desde la noche anterior, que la licenciada Polanco andaba sufriendo las crueles heridas de cupido. Pero que ya le habían indicado que después de terminar la última ronda, regresarían a seguir con sus labores en el buffete jurídico en el cual ella era la jefa y que además no exagerara en mi apreciación de que se trataba de mujeres viejas, la licenciada – que era la mayor- no pasaba de los cuarenta y cinco, tal vez cuarenta y ocho años.
Mas rápido que gatillero del viejo oeste, dí cuenta de la primer cerveza y cuando la segunda se encontraba ya a la mitad. Me atreví a pedirle el favor a quique. Él amablemente me hizo saber que no era posible, ya que aún era temprano y de hacerme el paro tendría que pagar él de su dinero, mismo que aún no comenzaba a llegar.
Mientras daba un pequeño sorbo a mi segunda y última cerveza, contemplé como la licenciada se ponía de pie y se dirigía hacia la rockola, colocó una moneda como si de un tributo se tratase e instantes después la voz de Paquita la del barrio inundó el ambiente, interpretando una canción de dolor y contra ellos.
Pude percatarme que la licenciada aún mostraba un cuerpo apetecible, enfundado en su traje sastre de color gris oscuro, falda un poco arriba de la rodilla que mostraba un par de poderosas piernas. Una blusa azul cielo recibía la caída de su cabello ensortijado, de color fúnebre. Mecánicamente levanté mi cerveza, haciendo el ademán de brindar con ella. Tal vez queriendo decirle de algún modo que la acompañaba en su dolor. Ella con los ojos rasados de lágrimas que se negaban a salir por orgullo tal vez, no se percató de mi intención. Y se quedó con la mirada clavada en la mesa, sin hacer caso a las palabras de aliento que le dirigían sus compañeras.
Mi cerveza estaba a punto de consumirse totalmente, con vana esperanza extraje de mi bolsillo todo mi capital, solo alcanzaba a cubrir el importe de las cervezas y me quedaban solo diez pesos extras. Menos mal, con ello me alcanzaba para beber otra cerveza pero esta vez en la tienda, parado a media calle. Ni hablar hay veces que nada el pato… ¡y otras que ni agua bebe!
Mi mirada se dirigió hasta donde se encontraba quique –parado a un costado de la barra- y la providencia tal vez me mandó la solución a mi problema de carencia de dinero para continuar con mi curación. Le indiqué a quique que se acercara, le pagué el consumo y le entregué mi última moneda, solicitándole que pusiese una melodía en el aparato de karaoke. Él atendió mi solicitud y regresó micrófono en mano y me dijo de rápido que no me preocupara por la propina, que para la otra me pusiera a mano.
Tratando de imprimir mi mayor sentimiento, comencé a interpretar la melodía elegida…

Ella elegía canciones en un pasadiscos
Yo me tomaba un café en el mostrador
Vi que dejó una moneda y su mano temblaba
Pero a través del murmullo mi voz escuché…

Nuestras miradas se cruzaron de inmediato, esta vez fue ella quien hizo el ademán de brindar con el trovador, sus ojos se dirigieron al envase vacío de cerveza e inmediatamente llamó a quique, quien se precipitó raudo y veloz a atender la petición de servicio.

Por que llorar el amor es así
Como viene se marcha…
Pronto verás que lo que te ha pasado
Se habrá de olvidar…

Una nueva dotación de líquido dorado apareció en mi mesa como por arte de magia, agradecí con una leve inclinación de cabeza y continué con mi interpretación

Y con dulzura le dije que a todos nos pasa
Quise explicarle a mi modo que aquella canción
No la compuse para que llorara una niña
Yo de saberlo… no habría cantado jamás…

Me encontraba tan concentrado en mi interpretación que cuando abrí los ojos, ya se encontraba frente a mi. Noté que el llanto le había traicionado por fin, enjugó las lágrimas con una servilleta que le extendí y con voz entrecortada me indicó que no me fuera, que la esperara; que solo iba de rápido a la oficina a dejar algunas instrucciones y que regresaría. Que bebiera otra cerveza mientras esperaba, que ella pagaría mi consumo.
No terminaba aún la segunda cerveza cuando regresó, se sentó a mi lado y me dijo que se llamaba Graciela que le había encantado mi interpretación y que si tenía tiempo, le gustaría escuchar otras canciones que le ayudaran a borrar su dolor.
Yo con media estocada ya en mi ser – producto de las cuatro cervezas- o como coloquialmente se dice “a medios chiles”, acepté gustoso la invitación. De la cruda que me mataba minutos antes; ya no quedaban ni sus luces.
Cantamos juntos a grito abierto infinidad de canciones de dolor, le enseñé a echar limón en la herida de amor, a desangrar el sentimiento hasta matarlo de un solo golpe. A beber el amargo líquido del amor traicionado de un solo trago y a sacar al pérfido del corazón, apretándolo con la fuerza de las canciones mezcladas con alcohol y tabaco. No en vano había yo aprendido muy bien la lección. De hecho a ella le salió barato en extremo el aprendizaje que a mi me había tomado años y años de lágrimas y sufrimiento.
Perdimos la noción del tiempo, hasta que quique le recordó que se acercaba la hora de comida de sus compañeros de trabajo, que no consideraba correcto que la encontrasen en ese estado y que sería mejor que se fuera a descansar. Ella entendió la situación, pagó la cuenta dejándole una jugosa propina al mesero, pidió una botella de tequila y al tenerla en sus manos, no sin poco trabajo se puso de pie, me ayudó a incorporarme y salimos juntos, abrazados cantando suavemente “el pasadiscos”.
Abrí los ojos cuando las sombras de la noche habían caído ya, miré mi reloj y las manecillas marcaban diez minutos para las doce de la noche. Me encontraba en la deshecha cama de un hotel de Tlalpan, en el buró encontré un six de modelos y una notita que a la letra decía:
Muchas gracias por el maravilloso día Angeluz, entenderás muy bien que TODO lo que sucedió, no lleva implícito sentimiento de amor… de ternura… bueno, tú entiendes… sin embargo me has dejado un gran aprendizaje. De cómo olvidar al infame de una buena vez, dándole un tiro letal en la cabeza a ese sentimiento que termina por matarnos si no le ponemos un alto.
¡GRACIAS!
Me dí un reconfortante baño, mismo que me ayudó a aclarar la mente omnibulada nuevamente por los vapores del alcohol. Tomé los billetes perfectamente doblados que encontré debajo de las latas de cerveza y partí rumbo a casa. Sopesando lo sucedido, con la interrogante de que tal vez… solo tal vez, podría convertir todo esto en un negocio. A fin de cuentas el dinero que me había obsequiado la licenciada era casi lo que ganaba en una quincena de arduo trabajo en el archivo de la institución donde laboraba…
Volví a ver a la licenciada días mas tarde, pero ya no pude entablar relación con ella nuevamente, yo me encontraba cantándole una canción de dolor y contra ellos a una chica ocasional. Ahí fue cuando me convertí por un tiempo en un… ¡pito fácil!

Una mutua sonrisa de complicidad fue una muestra de agradecimiento. Aquel día ella había aprendido algo provechoso y yo me había percatado que tenía facultades para ganarme la vida de otro modo…

4 comentarios:

Guerrero dijo...

Me dio mucha risa lo de pito fácil. Pero que historia, de esas que se extrañaban en el blog. A contar las historias màs a menudo.

Saludos!!

Espaciolandesa dijo...

Nada más una observación: un padrote, según la RAE, es un individuo que explota a una prostituta.

De hecho pensé que de eso se trataría :P

Fuera de eso, bastante simpática la historia.

la MaLquEridA dijo...

Te vine a conocer.


Saludos.

Anónimo dijo...
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